miércoles, 23 de junio de 2010

LA PRIMERA VEZ


La primera vez.
Fue entonces cuando a la edad de cuatro años me tragué la canica que traía en la boca y a mi mente con intensidad amenazadora, llegaron en tropel las palabras de mis padres:
“No te metas eso en la boca… ¡Si te lo tragas te mueres!”
Retraído y sin jugar cavilaba sobre mi triste situación, sufrí los horas más increíbles de mi corta vida. ¿Cómo sería la muerte? Luego pensé en Tadea, ella sabía todo; le preguntaré durante la cena y ¿si muero antes? Convencido ocurrí a la cocina.
Con mi pequeña estatura, levanté mi rostro frente a ella, era la mujer más alta del mundo; pero muy buena, más buena que el pan, decían en mi casa.
Ella sacando sus grandes manos del delantal, me miró casi desde el techo, luego me cargó para ver que me acontecía.
─ Tadea: ¿Te has muerto alguna vez?
─ ¡Muchas! hijo, ¡muchas!
Le di un gran beso. Luego salí corriendo feliz, no valía la pena llorar por la primera vez.

Madrid, otoño del 2009

RESPUESTA A MI ABUELITO

RESPUESTA A MI ABUELITO.


Tenía nueve años cuando mis padres me enviaron con mis tías a San Luis Potosí, mi abuelo tenía mucho tiempo de haber decidido vivir con sus hijas, ya que la soledad de acuerdo a sus palabras, no era aconsejable para un hombre viejo.
Sobre las costumbres religiosas de mis tías, recuerdo que Luisa iba al Santuario de Guadalupe sólo de vez en cuando, María de la Luz, realmente no se; pero pienso que no acostumbraba asistir a ningún templo, tanto ellas como mi madre nietas de un ex sacerdote español e hijas de un libre pensador, cuya esposa era muy religiosa, la mezcla resultó en un cero en religión, en mi casa no se hablaba de éste tema; pero un sábado por la tarde mi tía Luisa me envió a la  a la Iglesia de San Miguelito para que aprendiera lo básico de la religión. La doctrina se impartía en el patio anexo a la iglesia, ahí en los corredores y formando un cuadrilátero, los niños y catequistas formaban diferentes grupos compactos, que se distinguían por el grado de avance en el aprendizaje del catecismo, así como en la preparación para el acto de la primera confesión y comunión.
Los principiantes estaban muy próximos a la puerta de la calle, los que estaban por concluir, casi cerrando el cuadro, muy próximos al ingreso.
A mi me tocó iniciar en la puerta, y avanzar dos estaciones en mi primer sábado, el lunes siguiente por la tarde mi tía me regaló el catecismo, un pequeño panfleto escrito por el padre Ripalda, que en el curso de la semana lo memoricé de la “a” hasta la “z”.
En mi segunda asistencia a la doctrina, recorrí las diferentes estaciones hasta llegar a la final, en la que me estanqué, ahí se enseñaban los horrores de infierno y del purgatorio, las diferentes clases de pecados y los actos necesarios de arrepentimiento que en aquellas lecciones se llamaban actos de contrición.
Con un mar de dudas le expliqué a mi abuelo sobre mi asistencia a la doctrina, él no estuvo de acuerdo, instándome a la rebelión.
Debido a que no compartía con él la idea de la desobediencia, aproveché la hora de la cena y estando todos a la mesa, me atrevía a preguntar:
─Abuelito, ¿qué es no fornicarás?,  grande fue su júbilo al escuchar aquellas palabras, le dio un ataque de risa se le llenaron los ojos de lágrimas, no sé si por recuerdos gratos o por lo imprevisto de mi solicitud. La primera respuesta fue otra pregunta ¿qué otras dudas tienes?
─ ¿Qué es no desearás la mujer de tu prójimo?
Mis tías escandalizadas por las terribles preguntas, se miraban asombradas, ordenaton a mis primos  que se retiraran del comedor, ese tipo de palabras jamás se pronunciaban en un hogar decente.
Mi abuelo sin escandalizarse, me dio una explicación suficiente para un niño adolescente, al escuchar el dulce fluir de sus palabras, me dio la impresión que sentía una especial alegría en su interior. Después de aclarar mis dudas me dio su consentimiento para que siguiera asistiendo a la iglesia, no sin antes prometerle que todas mis dudas las llevarían ante él.
La Iglesia para mi fue algo terrible en mi primera visita, veía rostros transidos de dolor en los nichos y altares, caras de un sufrimiento espantoso, Cristos martirizados, la madre del Salvador contemplando a su hijo clavado en la cruz, con la expresión en su rostro de todo el dolor del mundo, por las noches recordando aquello, me tapaban la cara con miedo, tenía pánico de que se aparecieran, luego conocí otras iglesias, guardo en especial en mi memoria la de la Virgen del Carmen, la Catedral y el Santuario de Guadalupe que visitábamos cuando salía a pasear con mi tía Luisa, los rostros de angustia estaban por doquier, no había ningún santo o santa que en su cara reflejara la alegría de haber sido elegidos por Dios.
Platicando con mi abuelito sobre el miedo que me producían las iglesias, me confesó que él también sentía pavor, que lo mas probable es que su padre también lo haya sentido, entonces fue cuando me hizo aquella pregunta que he llevado en la cabeza:
─ ¿Cómo te imaginas a Jesús, el Nazareno?
“Creo que ahora si podría contestarte abuelito...Jesús cuando niño era como yo, le agradaba correr, brincar, le gustaba jugar con todos los niños, reía con gran alegría, ahora suenan en mis oídos, sus risas. Caminaba descalzo por las polvorientas calles de Palestina y más de una vez, se rompió el dedo gordo de uno de sus pies, al tropezarse y sangrando fue a que su madre lo curara.
Durante el día su cabeza ardía con el fuego del sol de su tierra, y le encantaba mojarse, refrescar su cara en las dulces aguas de la fuente y por las noches jugaba a las escondidas y a los encantados, su padre con cariño le fabricaba juguetes de madera, que le gustaban y eran la diversión de sus compañeros, nunca quiso ser el mejor ni el primero, le agradaba tener amigos.
Irradiaba alegría, siempre miraba a los ojos y su rostro no mostraba enojo ni rencor, sino paz y tranquilidad.
        Cuando fue adolescente, seguía teniendo el rostro de confianza,  mirada franca en sus ojos alegres, aunque su pensamiento era un mar de confusión, su cuerpo crecía y él se sentía turbado frente a las chicas compañeras de juegos, comía como desesperado y no le agradaba que le dieran órdenes, dudaba de la sabiduría de sus padres, no tenía en disciplina y limpieza  sus cosas, le encantaba caminar por al campo y contemplar las nubes, a veces prefería la soledad.
Siendo joven, pensaba que sus padres eran unos ignorantes, no le gustaban los juegos de los niños, escondió los juguetes que su padre con tanto amor le fabricó, le molestaba ir a la iglesia y a veces no quería lavarse, le fascinaba la lectura y por las noches pasaba horas leyendo a la luz de una lámpara, el cansancio lo rendía y se quedaba dormida sobre los pergaminos de las escrituras.
Les huía a las muchachas, le gustaba mucho todo lo que su madre le cocinaba, aunque su rostro se veía más serio, le encantaba reír, pues con facilidad la sonrisa afloraba a sus labios, nunca reñía con sus amigos ni mucho menos se burlaba de alguno, siempre trataba de ayudar a quien lo requería, fuera cargando agua o haciendo favores, le gustaba la música y cantar, su voz era dulce y su canto suave y melodioso.
Su estatura era de un joven de su edad, no era distinto a nadie, su incipiente barba le daba un toque de primavera, cuando empezó asistir a la  Iglesia prefería sentarse en lugares en los que podía oír bien las lecturas; aunque deseaba pasar desapercibido.
Disfrutaba de las reuniones juveniles, en las que se platicaban aventuras y experiencias de viajes, de vez en cuando alguien comentaba algo que los mayores por tradición oral se transmitían.
Cuando llegó a la edad adulta, su rostro seguía siendo alegre, no mostraba tristeza, le encantaba la comida, disfrutaba del vino y de las fiestas, pensaba que sus padres eran personas especiales y los escuchaba con reverencia, era ordenado, de piel morena tostada por el sol, su cuerpo mostraba fuerza física, de ademanes naturales, nada forzado en sus expresiones, franco en el hablar, tenía palabras de apoyo para toda persona, disfrutaba ayudando y les dejaba un grato sabor con su eterna alegría que contagiaba a los que estaban con él.
Abuelito:
Así pienso que debe aparecer en los retablos, en los altares y aún en la cruz, cuando se reveló como Hijo del Hombre, debió llenarse de gracia, no de tristeza, de amor, no de amargura, de dulzura y paz, no de dolor y sin rumbo. Las Iglesias como edificios, deben de ser todas llenas de Luz, no de Tinieblas, creo que así se nos quitaría el miedo.
Pienso que sin solicitártelo, te he robado tus palabras.
       ¿Estás de acuerdo conmigo, abuelito?

lunes, 21 de diciembre de 2009

CARTAS A MI ABUELO

23 de Junio de 1943


   Querido abuelito.

   Que lejos están aquellos días en que ambos sentados, tú tomando tu dieta de sol de cada mañana en la silla de respaldo muy alto y yo en el suelo atento a tus palabras, me hablaste del poder de las letras, con vergüenza hoy te confieso que no te entendí, en aquel momento no quise pasar por tonto y por eso ya no te hice preguntas, aunque recordaras que tu me enseñaste a nunca quedarme con dudas.

   ─Tus palabras aún suenan en mis oídos.

   La revolución la hice con las letras, con las letras se puede hacer más daño que con las balas, estuve en la cárcel por defender mis ideas, por comunicar los errores del mal gobierno.

   Ahora he sacado unas hojas de un periódico de papel amarillento que conservo con tanto amor y disfruto leyendo tus artículos, conociendo tus pensamientos y quiero decirte:

   ─Abuelito, que bueno que estuviste en la cárcel, me enorgullece el saberme tu nieto, que grande fuiste por que nunca te callaste, cuando nuestro pueblo era pisoteado tu siempre levantaste la voz a pesar de que guardando silencio todo hubiera sido más sencillo para ti y sobre todo para mi abuelita, le hubieras ahorrado tanto sufrimiento.

   Me comentaron que Cocho Jiménez, llegaba a la casa jadeando de tanto correr, para decirle.

   ─Doña Daría otra vez agarraron a don José está nuevamente en la cárcel, ¿qué hacemos?

   Y mi mamá grande tomando su chal negro, corría llorando con los amigos, a los que siempre recurría solicitando su ayuda y en los que siempre encontró apoyo.

   ─“Las letras no se encarcelan”, decía tu artículo fechado desde el reclusorio, páginas escritas en papel que, a escondidas te llevaba mamá Darita a la cárcel y que se valían de Cocho Jiménez para sacarlas de ahí y llevarlas a la imprenta, en la que siempre estaban esperando tus artículos.

   Páginas escritas con el dolor de ver los tuyos lastimados, deben de haberte dolido mucho, aquellos sufrimientos de tu esposa y de tus tres hijas aún muy pequeñas.

   Luego en libertad dejabas pasar unos pocos días, conversabas con mamá grande, la convencías de continuar con tu lucha, ella te apoyaba más por el gran amor que los unía, que por convencimiento de tus ideas.

   ─Claro abuelito las letras tienen mucho poder, más que las balas.

   Deseo comentarte que después de que tú nos dejaste en todos los países del mundo han continuado tratando de asesinar a las letras, han matado a muchos escritores, pero hasta la fecha no han logrado matar sus pensamientos, han encarcelado a muchos periodistas, pero las ideas siguen cada vez difundiéndose con mayor libertad, han clausurado muchos periódicos; roto muchas imprentas, sin embargo no han logrado quebrar las voluntades de quienes como tú en su momento enarbolaron la bandera de su pueblo.

   ─Gracias abuelito, por tu contribución a la libertad de prensa de nuestra patria.


sábado, 21 de noviembre de 2009

CARTAS A MI ABUELO

   MI ABUELO
   Abril de 1944


    Mi abuelo José Miguel Góngora Martínez, nació en el año de 1869 en la ciudad de San Luis Potosí, hijo único de un matrimonio tardío, él, un sacerdote dominico español ya mayor de edad, dudó mucho sobre su decisión de dejar ó no los votos sacerdotales para contraer matrimonio; ella, una mujer joven, hija de madre mestiza y padre español, era una joven de convicciones muy firmes, en ningún momento dudaba sobre las posibilidades de su matrimonio y luchó contra todos los que en alguna forma obstaculizaron sus planes matrimoniales, finalmente logró que José Miguel consiguiera las dispensas eclesiásticas para materializar los dictados de su corazón.

El producto de ese matrimonio fue un hijo varón que heredó aquellos rasgos mas distintivos de los españoles y mexicanos, la terquedad es quizá la palabra más mala que yo escuchara sobre los atributos de mi abuelo, tal vez lo calificaron en esa forma, debido a las dificultades que oponía a los que trataban de que cambiara su manera de pensar, ya que el no aceptaba nada de aquello que no lograban convenserlo, supongo debidas por algunas conversaciones sobre el catolicismo que le fueron transmitidos por su padre.

Si me fuera posible trazar un perfil de mi abuelo lo dibujaría así:

Ideas muy firmemente arraigadas, voluntad férrea, muy tenaz, fuerza de voluntad inamovible, una vez convencido de algo difícilmente modificaba su manera de pensar; en el momento histórico en que le tocó vivir fue muy valiente al demostrar durante parte del porfiriato su lucha contra ese régimen dictatorial, gran defensor de la libertad de expresión, su lucha para lograr los principios democráticos que enarbolara don Francisco I. Madero, lo condujeron varias veces a la cárcel, más nunca renunció a publicar sus creencias políticas y religiosas en la prensa de su ciudad natal.

José Miguel contrajo nupcias con Daría Franklin, mujer creyente de la religión católica aceptaba a ciegas todo lo que le decían en la iglesia, sufría pensando en la posible condenación del alma de su marido, pero la grandeza de su amor por él, la hace entender que los caminos que conducen a Dios, no son exclusivos de un solo dogma de fe o de una sola religión.

   José Miguel hombre culto de ideas políticas avanzadas para su época, no estaban de acuerdo con la dictadura de Porfirio Díaz, ni mucho menos con Victoriano Huerta, en la plaza de armas de su ciudad natal organizaba mítines políticos en contra del mal gobierno, escribía en los periódicos, en los que siempre manifestó públicamente su sentir democrático, fue encarcelado varias veces por defender sus ideas, pero no claudicó, creyó firmemente en los postulados de don Francisco I. Madero.

   Murió en el mes de febrero de 1941, cuando cumplía setenta y dos años de edad, con plena lucidez mental, por desgracia perdió la vista como consecuencia de unas cataratas equivocadamente extirpadas.

   No recuerdo a mi abuelo en los primeros años de mi vida, ya que abandoné su ciudad a los cuatro años de edad, regresé cuando contaba con nueve y me es aún familiar su figura, me agradó su trato amable, se ganó mi corazón y confianza de niño. Acudía a él con frecuencia, fue mi primer diccionario, mi primer libro de religión, para mi él contenía la biblioteca de Alejandría entera, era en fin, el más grande sabio del mundo.

Siendo muy pequeño escuché una vez que mi abuelito había estado en la cárcel, sentí una sensación muy rara en mi pecho y en el estómago, pero guarde ese malestar por años.

   Tiempo después cuando vivía con él, una mañana durante el desayuno de un día 20 de noviembre, le pregunté:

   ─Abuelito, ¿estuviste en la Revolución Mexicana?

   ─No, la insurrección la hice con las letras, yo escribía en los periódicos y de ésta manera les comunicaba a muchas personas las realidades del mal gobierno.

   Pasaron las semanas y un día le pregunté.

   ─ ¿Cómo es posible matar gente, utilizando solo las letras?

   ─ Con las letras se puede hacer mas daño que con las balas─ me respondió.

   La verdad yo no entendía, pero otra vez me quedé callado y pensando, ¿cómo con las letras se podrían abrir heridas mortales?

   Un sábado por la tarde viendo a mi abuelito leer el periódico lo asalté con la pregunta que traía clavada desde nuestra última conversación sobre ese tema.

   ─ ¿Entonces mataste gente con las letras y por eso te metieron a la cárcel?

   ─ No hijo, a mi me metieron muchas veces en la cárcel no por matar gente si no por que usando las letras como armas, muchos escritores y periodistas logramos orientar a nuestro pueblo, crear conciencia ciudadana, decirles a los malos gobernantes la clase de basura que eran. No es una vergüenza estar en la cárcel cuando te asiste la razón, cuando luchas por tus ideales, cuando con las letras tratas de construir un mundo mejor, más justo.

   ─ Cuando estuvo aquí en San Luis el señor Madero─ continuó mi abuelo─ tu madre era una niña pequeña y aprendió a gritar ¡viva Madero!, después de que lo asesinaron, los traidores también me encarcelaron por que no querían que se conocieran sus errores.

   Mi abuelo murió cuando yo cumplía once años, pasó tiempo para que entendiera lo que me dijo.

   Abuelito quiero decirte que por fin comprendí un poco sobre tu manera de pensar y actuar, pero como no deseo estar equivocado te las quiero comentar en cartas, aunque te fuiste hace tiempo, yo sigo en mi interior platicando contigo, ya que te guardaré muy dentro de mí toda mi vida.

miércoles, 18 de marzo de 2009

EN LA OQUEDAD DE LA NADA.

Tratar de entender la existencia de la nada,
sentir la soledad dentro de una alma vacía.
Comprender la tristeza de un sepulcro solitario,
entender la nostalgia de luz en mi eterna noche umbría.
Analizar la lucidez de la demencia,
meditar las palabras sin sentido.

Eso ha sido mi soporte en esta larga nada de la noche;
en esta soledad de existir sin ilusiones.
El corazón yace fuera de mi cuerpo yerto,
palpita y vive solitario, como mi pensamiento que viaja fuera del cerebro,
añorando la soledad, en el infinito vacío de la nada...

Ante la frialdad de tus miradas huecas, vacías de nostalgias muertas;
mis labios sedientos, se embriagarán de los recuerdos sin mañanas,
en la lenta agonía de horizontes sin esperanza,
en la oscuridad perpetua de la soledad que me dejaste.

Me perderé en un discurrir de tiempo inexistente,
un respirar sin aire,
caminando sin pasos ni sombras… Sin huellas;
carente de rumbos… Ni sentidos.

Raúl Morales Góngora
Madrid, 3 marzo de 2 009

SOMBRA, SOMBRA MÍA.


¿Acaso eres el ángel encargado de cuidarme?
¿Acaso el espectro de una anima que pena?




Córvido espanto que mis pasos sigues
incorpórea aparición, oscura, tenaz y silente
Sombra opaca de mis pensamientos tristes.
Compañera eterna de fortunas y fracasos.

Visión maligna de comportamiento esquivo,
que te ocultas de la luz avergonzada,
espanto testigo de mis pecados de antaño,
aparición maldita que mis besos imitabas.

Te quise perder de niño y jugando al escondite
me ocultaba en el armario de los recuerdos callados,
pero siempre me encontrabas imitando mi existencia.
Brincabas y corrías detrás de mi persona tercamente.
Espectro que en la escuela te sentaste a mi lado.

Imitación burda de mis pasos sobre el mundo.
Sombra callada, mudo testigo de aciertos y de yerros.
Lóbrego ser que con pasión besabas,
a la sombra inerme de aquella a quien yo amaba.

Aléjate de mí, déjame terminar solo los pasos que me quedan
No te quiero de acompañante en mi cortejo
Viajaré donde la luz no te permita,
esconderte jamás en parte alguna.

Raúl Morales Góngora
Madrid, marzo 17 de 2009

domingo, 25 de enero de 2009

CUENTOS A MIS NIETOS

Cada noche mis nietos me pedían que les platicara un cuento, pero ellos cansados de las versiones originales, me decían:

¿Qué pasaría sí...?

De ello se desarrollaron variantes como ésta:


EL LOBO DE CAPERUCITA ROJA.

Para mi nieta Blanca Nieves, como un recuerdo sobre los cuentos que de niña le platicaba su abuelo.

Todos conocemos el cuento de Caperucita Roja, aquella niña inocente que un día cruzó el bosque para llevar una canasta con alimentos para su abuelita enferma, lo que no sabe todo el mundo es que sucedió con el lobo después de aquel gran festín que se dio en el tan famoso banquete.

Imaginemos al lobo, un terrible animal famélico babeando de hambre, enseñando unos terribles colmillos más filosos que cualquier instrumento humano, apenas había concluido un crudo y largo invierno y el pobre lobo no había logrado conseguir casi nada par alimentar a su enorme cuerpo que le exigía comida cada minuto, cuando se le presentó la oportunidad de devorar a la abuelita que yacía enferma de diarrea en la pequeña cabaña ubicada en la parte central de aquel enorme y sombrío bosque.

Enterado el malvado lobo por los comentarios de la inocente niña, con la sagacidad que el hambre les proporciona a los necesitados, imitó la dulce voz de Caperucita, la vieja abuela llevaba tres días que se pasaba las horas sentada en el wáter y con los ojos sumidos en unas órbitas que denotaban un tremendo insomnio y una deshidratación espantosa, ya que había expulsado cuanto líquido le podía quedar en su enjuto cuerpo, le era imposible dejar el lecho una vez más, por lo que en lugar de asearse después de su última e inútil visita al W.C. (ya no tenía nada que expulsar) quitó el cerrojo de la puerta, haciendo un enorme esfuerzo llegó hasta su cama.

Se arrebujó en el lecho cuando llegó la posible visita esperada, pero era el maligno animal que quiso aprovecharse de la debilidad de la anciana, con lujo de violencia trataba inútilmente de masticar aquellos huesos que le resultaron tan duros como piedras de río, en su afán provocado por la ansiedad del hambre impaciente, se quebró dientes, colmillos y molares, sin obtener en cambio ni una sola gota del jugoso banquete que había imaginado, esta fue la verdadera causa de que el pobre animal se viera obligado a devorar entera a la abuelita.

Terminada la triste comida que esperaba fuera un entremés para continuar con el platillo principal que sería la tierna criatura, inútilmente se probó la dentadura postiza de la abuela ya que le sobraba espacio en sus quijadas y el postizo se le movía por doquier, preso de desesperación se afiló lo poco que le quedaba de dentadura con un limatón que encontró en una vieja caja de herramientas, propiedad del abuelo de la niña.

A los minutos, el lobo infectado por la disentería que le contagió el haber comido a la anciana, tenía unos terribles movimientos en la tripa, se encontraba sentado en el wáter de la casa con cólicos que lo hacían llorar de dolor, aparte sabedor de que el malestar provenía del alimento malsano, se metía mano y brazo por la garganta tratando de asir por los cabellos al bocado que tanto daño le estaba causando, en ello se mantenía ocupado cuando la dulce niña llegó a cumplir el sagrado deber de visitar a la abuelita.

El lobo ya no tenía interés por la comida, lo que deseaba era a como diera lugar desechar lo tragado, la niña al ver aquel cuadro tan espantoso empezó a pedir auxilio, a los gritos de ella, unos leñadores escucharon la solicitud de ayuda y encontraron al lobo en una rara postura: se había colocado un trozo de leño para mantener las quijadas en máxima apertura y con las dos manos jalaba a la abuelita que con el susto se le suspendió la diarrea y se le veía de mejor semblante, con la apoyo de los leñadores pronto extrajeron a la anciana completa, que daba gracias al cielo de haber contraído aquella terrible diarrea que tanto malestar causara al lobo.

El pobre animal salió huyendo despavorido de aquella casa, y no lo volvieron a ver ni a escuchar sus terribles aullidos durante la larga vida de Caperucita Roja.

Madrid, a 7 de octubre de 2008